Por Antonio Lipthay, arquitecto, MSc The London School of Economics; academico Arquitectura PUC.
En el sur global, y particularmente en la híperurbanizada Latinoamérica, acceder a una vivienda digna está bajo un sostenido aumento en la demanda, y esto nos impone a todos como sociedad pensar la manera para acelerar procesos en cuanto a la ubicación, el tipo de proyectos y cómo se construyen estos con el objetivo de contener un déficit que ya se perfila como crónico.
Hay consenso en que el aumento de campamentos y los asentamientos informales representan un síntoma de esta realidad que se viene gestando hace tiempo. Dentro del debate profesional y académico hay un número importante de casos y ejemplos que ilustran este fenómeno. En particular, vale la pena rescatar “Housing Cairo”, por el ETH Zurich MAS Urban Design 2016. Un estudio publicado en formato de libro y que está centrado sobre problemáticas urbanas en la ciudad más grande de África, que con aproximadamente 20 millones de habitantes, debe lidiar con casi dos tercios de su población concentrada en la periferia urbana y donde se han levantado edificaciones informales de entre 4 y 5 pisos. Las causas de esta situación son múltiples, pero sin duda lo más importante a subrayar es que cuando existe una necesidad tan vital como el acceso a la vivienda, son los propios afectados que del modo que sea logran dar con una solución.
Es correcto señalar también que existe cierta conciencia en que este proceso de consumo de suelo “informal” debe ser incluido en la ecuación de la planificación territorial, ya que es muy factible que el crecimiento de la ciudad bajo estos parámetros sea tan veloz, tanto más veloz, que la respuesta que se pueda dar a la demanda por “ciudad” a través de nuestras actuales herramientas. Más aun, considerando que la gestión del suelo y la solución habitacional tiene límites, como, por ejemplo, la adjudicación de subsidios, la capacidad edificatoria, la logística de esta misma, la provisión de materiales y muchos otros factores que interactúan para dar respuestas con viviendas nuevas, resulta ineludible mirar desde más ángulos el problema del aumento de campamentos y las soluciones posibles. Desde esa perspectiva, debemos tomarle el peso a la magnitud e impacto que este fenómeno genera sobre la ciudad, tanto en términos de una potencial nueva crisis social y, por cierto, los efectos dentro de una crisis climática.
Tan rápido como la búsqueda de nuevas oportunidades de proyecto es que debemos empezar a entender que posiblemente el futuro de nuestras ciudades sea un “hibrido”; esto significa que lo formal y lo informal han de coexistir. Lo informal existe como proceso y este demandara los mismos cuidados que la ciudad formal. Sin duda, un contexto así va a ser altamente complejo, porque de suyo altera el funcionamiento de todo el sistema administrativo, legal, operacional, participativo y un largo etcétera de asuntos asociados. La realidad nos indica que no podemos evitar ponernos en este escenario para buscar nuevas soluciones, las cuales van a sacar ronchas, porque lo primero que debemos asumir son los límites físicos y temporales para la implementación de las respuestas. No todos los campamentos son factibles de erradicar, no todas las comunidades (y las más vulnerables) son inmediatamente sujetos de radicación y, más aún, enfrentados a la presión del déficit, el número de viviendas nuevas disponibles hoy para ser entregadas, no logran acercarnos a la meta.
Sin duda este es uno de los mayores desafíos a enfrentar en las próximas décadas y debiéramos mirar toda evidencia que existe al respecto, ya que no podemos permitirnos como sociedad seguir metiendo bajo la alfombra aquello que tenemos frente a nuestros ojos. Está claro que debemos edificar, está claro que debemos sofisticar el uso y la combinación de las herramientas ya existentes, pero también está claro que de algún modo seguimos buscando respuestas innovadoras con la misma metodología y bajo los mismos parámetros de expansión y consumo del suelo. Eso debiera ser revisado.
Debemos aprovechar que tenemos un muy buen punto de partida, ya que entre nuestras fortalezas está que las políticas de vivienda social en Chile son de las más consistentes en el tiempo y han generado un número muy relevante de soluciones habitacionales. Sin embargo, ya sabemos que la ciudad que se ha construido como resultado tiene problemas en cuanto a calidad de los espacios públicos, es muy pobre en sus servicios y equipamientos y tremendamente desconectada del resto del territorio urbano. Esto no lo podemos repetir. Y si bien hay planificación territorial, contamos con las herramientas y las normativas, en conjunto un cumulo de procesos que deben coordinados para converger, hasta que no exista una nueva definición de como el estado opera sobre el territorio, el derecho a la ciudad ya se está jugando ahora mismo y debemos sentirnos llamados a participar. ¿Vamos a mirar este partido desde afuera o nos vamos a meter a la cancha?
Fuente: latercera.com